Reflexiones sobre diseño gráfico
- Publicado el 11 de Septiembre de 2023
- Quique López
Hoy, escribir sobre diseño gráfico y todo aquello que nos viene encima es complicado, o tremendamente sencillo según se mire. No seré yo quien denuncie con nombres y apellidos la ingente cantidad de textos totalmente despersonalizados que nos hablan de qué va a pasar y qué no, o qué está pasando, o qué pasó en el mundo del diseño gráfico, las tendencias en él y aquello que, supuestamente, debería preocuparnos a la comunidad de actores y actrices que formamos y damos forma a este apasionante mundo.
Y decía, o incidía en que podía ser tremendamente sencillo porque lo que posiblemente se erige como la tendencia más previsible, y a la vez la que supone un completo cambio de paradigma en el mundo de la creatividad en general y el diseño gráfico en particular, que es el uso de la inteligencia artificial (IA), nos vale para escribir prácticamente sobre todo y de todo. Y una conversación totalmente banal con ChatGPT nos puede dar las claves de aquello que vamos a leer en los próximos meses, si no lo hemos hecho ya, acerca de hacia dónde se dirige aquello que signifique crear, dar forma a las ideas, conceptualizar y, en definitiva, lo que hacemos las diseñadoras gráficas en esta segunda década del siglo XXI.
Si preguntamos a nuestro amigo GPT por ejemplo: “Futuro del diseño gráfico, el branding, la tipografía y la inteligencia artificial”, así, sin revisar ni controlar todo lo que nos haya dicho, podemos ver que aquello que la IA ha escrito y nos ha devuelto pertinentemente en su interfaz no deja de ser un compendio de lo que se puede leer en blogs, plataformas editoriales, portales, foros, etc. Lo que comenzó siendo la democratización de algo tan vasto como internet con la web 2.0 se ha convertido, con el paso del tiempo, en el grueso de la información que hoy en día y según voces autorizadas (y también quizá algo catastrofistas), puede matar la profesión del diseño gráfico, la creación de contenidos, la creatividad en general y, quién sabe si también la cocina molecular y la carpintería de aluminio.
Al final, siempre hay algo que mata lo anterior. O no. Lo complementa, lo moldea, lo prepara para lo que vendrá y será, de nuevo, otro cambio de era. Lo hemos vivido con la introducción de los ordenadores: iMacs para todo el mundo, móviles con una potencia descomunal que harían temblar a los Silicon Graphics usados para el CGI de Jurasic Park (exagerando, claro), acceso a un poder antes desconocido que hacen que, literalmente, cualquiera pueda «diseñar»; también lo hemos sufrido con la democratización del software. Alucino ahora cuando cualquier estudiante me dice que usando Figma puede desarrollar un logotipo, una presentación, hacer un site, app para móvil y prototiparlo todo en menos de 24 horas.
Eso es algo impensable para una generación intermedia que se ha criado haciendo primero astralones en acetato para montar páginas editoriales y que al descubrir el Quark 3.31 dijo basta a lo de pasar más de dos días maquetando una doble página. Y pasa con las tipografías variables y lo fácil que es usar las tropecientas mil variantes que nos ofrece una familia tipográfica. Pero ya les ocurrió a muchas tipógrafas que hacían «a mano» una labor que el Superpolator les ayudaba a automatizar. O los scripts de InDesign, o el diseño generativo que a partir de Python podían realizar determinadas artistas visuales (amén, Maeda).
Con todo esto, lo que estoy intentando es alzar la voz para dar con una visión ciertamente optimista de lo que está por venir. La ética y deontología de las actrices de la profesión es lo que hará que la tendencia para lo que queda de 2023 y viene en 2024 sea realmente un paso al futuro y no el fin de la profesión. Está en nuestra mano, como lo estuvo tras la introducción de cada una de las cuestiones en las que el ser humano avanzó para mejorar las distintas formas de expresión y comunicación. Es una oportunidad aliarnos con lo que viene y entender que aún la IA no está aquí para acabar con nosotras. Otra cosa es que el Skynet de turno decida que la civilización debe ser esclava de los ordenadores. Y eso, de momento, lo dejamos para las películas.